Ulises

Allí está, parado como un guardián, junto a la inmensa puerta marrón que da a la calle Riobamba. Recibe vastas caricias y mimos de los ocasionales caminantes. Se puede percibir la tristeza en la mirada del felino. Su pelo marrón claro y sus enormes ojos de un tono más profundo denotan la fineza de sus rasgos. De patas largas y cuerpo estilizado, semeja un puma en menor escala.


Nadie sabe si recuerda o extraña a sus dueños. Hace aproximadamente dos meses que los amplios jardines del Palacio de las Aguas albergan su presencia. Lo trajo la noche, o la lluvia, no sabemos bien. Lo cierto es que apareció. Mi compañero Pablo lo bautizó “Ulises”.

“Un gato especial”, dijo alguien. Y tiene razón: Él es un gato especial. Sabe leer en la mirada de los humanos, prorrumpe en una atiborrada verborragia gatuna cuando tiene hambre, y ciertamente se hace entender cuando algo le gusta, o no.

Ulises tiene el porte de su homónimo, el homérico. Y es tan singular como éste. Los dos, de alguna manera, vivieron su odisea.

Allí está él, esperando, extrañando, tal vez sufriendo por dentro. Pero el sufrimiento no es eterno.

Un día le dije a mi mujer: “Hay un gato abandonado en mi trabajo”. Y la bendita contestación de ella: “si querés, traelo”. Y así fue.

Desde el 15 de junio Ulises pasó a formar parte de la familia, y se hizo amigo de rincones, de lugares nunca antes explorados, de comidas, aromas y presencias nuevas y cambiantes. Los corazones se enternecen al verlo dormir. Tal vez su pensamiento vague entre lo nuevo y lo recordado, entre aquellos dueños porteños y éstos de la provincia. No lo sabemos, aunque eso no importa ahora. Lo verdaderamente importante es que Ulises tiene un nuevo hogar y nuevos dueños que lo cubren de mimos. La simbiosis es perfecta: el gato nos devuelve el mismo amor que nosotros le brindamos diariamente. Tan simple como eso.

Marcelo N Motta.
Enero 2012.