Al abordar Otros trece cuentos oscuros de Marcelo Motta, el lector se encontrará envuelto en una escritura compleja por sus recursos, directa por su impacto emotivo, y diáfana por su amenidad. Transitar estos trece cuentos se vuelve, sin dudas, un viaje tan placentero como escalofriante. El eje de esta obra transgrede la morbosidad que conllevan temas tales como la muerte, la perversión, la locura y lo esotérico; hay en ella una propuesta que apunta a repensar nuestras conductas, a una reflexión mayor.
En el prólogo escrito por Pablo Montagna, se ubica, acertadamente, a Marcelo Motta en una tradición de escritores oscuros que va desde Baudelaire a Stevenson. Motta maneja con precisión y naturalidad los elementos clásicos del género, construye una historia de a pequeños pasos, sin prisa, sumiéndonos en un suspenso que llega sin esfuerzo; son imperceptibles para el lector, y esto realza el valor de la obra, todos los mecanismos que se ejecutan en los intersticios oscuros de cada trama.
Excelente es el trabajo que realiza el autor con respecto a los tiempos en la narración, a partir de ciertos saltos hacia el pasado y entrevisiones, que ocurren siempre con justeza, sólo cuando resultan necesarios para el relato.
El tratamiento del mundo infantil en relación a la muerte y la presencia de una maldad que se refleja como intrínseca al ser humano, aún desde su niñez, nos remite en algunos cuentos a la obra de Silvina Ocampo. Esta audaz escritora aseguraba: “Los actos más crueles que hay en mis cuentos, están sacados de la realidad”. Y en la obra de Marcelo Motta, puede apreciarse también, a pesar del carácter fantástico de su narrativa, un anclaje en lo real como interpretación de una situación social, de un modo de vida propiamente contemporáneo.
Desde el primer cuento, “El ojo en la pared”, aparece lo extraño como una posibilidad, factible en el universo de la literatura; lo extraño como acontecimiento involuntario, como conducta reprimida que aflora en síntomas de ensueño y alucinaciones. Y desde allí brota el terror, que interviene para cuestionar nuestras definiciones en el plano consciente y romper las opresivas barreras de lo culturalmente aceptado. El terror entonces, como liberación y motor de autoreflexión.
El intento por ocultar lo extraño, siempre deviene en fracaso y se vuelve perturbador. Y en muchos casos, esa perturbación se transforma en locura. Como una patología asociada a la violencia reinante en los tiempos actuales, la locura se transfigura en crímenes y acciones psicóticas. Como epígrafe del cuento “Fuga de aromas” una cita de Bob Dylan prefigura un tono de denuncia: “Cuántas muertes más serán necesarias para darnos cuenta de que ya han sido demasiadas.” Ese cuento se construye en torno a un accidente automovilístico fatal en el que muere toda una familia. La denuncia que hace Marcelo Motta tiene que ver con el desenfreno y la imprudencia habitual que gobierna hoy nuestra forma de vida. En otros cuentos, esa denuncia pasará por una crítica a la esclavitud y a la explotación, al maltrato infantil, y a la violencia de género.
Las casualidades se desmoronan como explicaciones aceptables, y queda flotando así una pregunta que nos obliga a indagar en nuestras concepciones. También, fuera de las casualidades se erige como otra respuesta la locura; por ejemplo la locura mística que, en el cuento “Las piedras”, hace posible interpretar un mensaje caprichosamente oculto en las piedras como una revelación divina cuya consecuencia será una serie de crímenes terribles.
En otros relatos, se establece una relación siniestra entre el amor y la muerte, un erotismo del dolor, una visión trágica en el sentido clásico. Son múltiples los elementos propios de la tragedia griega que se hacen presentes en el contario. Entre ellos, la fuerza del hado que arrastra a los personajes hacia una suerte inevitable. En el cuento titulado “El amor todo locura”, una mujer se arranca los ojos emulando a Edipo. Hay además, una propuesta catártica en la conmoción generada por estas historias, el horror es causante de una identificación con los personajes que nos lleva a una expurgación de nuestro inconsciente, para evidenciar así el lado oscuro del ser humano.
Para cerrar, recomiendo la lectura de estos Otros trece cuentos oscuros, como un desafío de auto-exploración, como una oportunidad para deshilar las construcciones más sombrías de nuestra conducta, y, sobre todo, como un encuentro con la otredad que llevamos inconscientemente y que la buena literatura nos revela en la experiencia ficcional.
DIEGO L. GARCÍA